Es muy difícil pensar al Abasto sin ellos. Se trata de negocios con historia, sitios que son parte de la vida cotidiana, el paisaje de quien viene y va por estas calles. Si bien el homenaje del día a día lo tienen quienes concurren y consumen allí, este mes la Legislatura porteña aprobó una serie de reconocimientos para varios de estos lugares destacados.
Así, el segundo jueves de septiembre durante la sesión ordinaria los representantes levantaron sus manos para distinguir a Calzados Correa y La Esquina de las Aceitunas. También se oficializó un reconocimiento a la tienda de sombreros Casa Maidana, otro clásico de la zona de Balvanera.

Calzados Correa: ojo clínico para un buen caminar

“Este emprendimiento, transmitido de generación en generación dentro de una familia comprometida, ha dejado una huella indeleble en la historia del barrio”, señala la defensa del proyecto de la legisladora porteña María Cecilia Ferrero (Vamos Juntos) que declaró sitio de Interés Cultural a Calzados Correa. Asimismo, en breve se colocará una placa conmemorativa en el frente del emblemático negocio de Mario Bravo 750.
“Estamos contentos por el reconocimiento, acá somos trabajadores y todos nos conocen por lo que hacemos”, dijo Felix “Dani” Correa, referente y segunda generación de esta casa donde se confecciona y repara calzado a mano.
Ingresar al negocio de Mario Bravo, siempre antecedido al cabeceo de bienvenida de los dos enormes perros guardianes, es un viaje en el tiempo; sumergirse en una gama de tonos marrones y negros, los aromas a cuero y pomada florecen primaverales. Los mostradores rebalsan de modelos, una suerte de coleccionismo de lo artesanal.
Este mismo mostrador, si uno pasa las tardes mirando y escuchando, hace las veces de mesa de bar: los clientes charlan sobre el calzado, pero también de a ratos se abre el grifo de lo personal, lo próximo. Hay quien recuerda las pálidas que vivió en pandemia, quien cuenta un chisme o comenta qué serie está viendo actualmente. No es solo comprar un par de zapatos, hay un rito, una familiaridad, un momento de disfrute.
Calzados Correa fue fundada en 1955 por Félix A. Correa, padre de “Dani”. “Desde una temprana edad, a los 12 años, este hombre comenzó a aprender el oficio de la confección de zapatos, una habilidad que se transmitió a lo largo de tres generaciones y que se ha convertido en una vocación perdurable. En 1964, establecieron su taller de zapatería en Mario Bravo 750”, reseña el texto parlamentario que se aprobó a comienzos de septiembre.
“Inicialmente, este espacio era la residencia familiar, pero con el crecimiento del negocio, poco a poco, ocupó cada rincón de la casa. Esta zapatería se distingue por ser una de las pocas fábricas que confeccionan calzado a medida, manteniendo intacta la técnica artesanal instaurada por Félix A. Correa, en la que el 98% del proceso es realizado manualmente”, resalta el texto de Ferrero.
Aunque Félix falleció el 29 de mayo de 1992, el negocio fue heredado por su hijo y su yerno. Con el tiempo, se sumó también su nieto, convirtiendo a Calzados Correa en un negocio familiar de tres generaciones. Esta empresa ha mantenido vivo el oficio de los zapateros y ha brindado el mismo servicio al barrio durante más de 60 años, preservando su legado en la comunidad del Abasto”, agrega.
De este modo, a Juan, tercera generación, también se lo encuentra entre el mostrador y tras las “bambalinas” del local, allí donde parte de la magia sucede: donde los zapatos toman forma o vuelven a la vida tras una reparación minuciosa.
Del mismo modo, una personalidad emblema es Héctor Pelizoli, cuñado de “Dani” y antigua mano derecha del fundador Félix A. Correa, quien se reparte entre la charla con los clientes y la minuciosa labor artesanal. Lo califican como un artista, cuya obra deambula taconeando por las calles porteñas.
“Un zapato nuevo es nuevo. La vida del zapato empieza cuando está viejo, cómo una persona. Uno toma en el tiempo su esencia, y el zapato de Correa tiene esa particularidad: toma su esencia a medida que se va usando”, es una frase de Héctor que resaltan en el negocio.
Entre esas charlas a lo cafetín de Buenos Aires, los Correa toman un par de zapatos, repasan la indicación del cliente, los revisan con pericia hasta encontrar el problema. Basta con calzárselos, dar unos pasos y, en base a un sonido imperceptible a la mayoría de las personas, cambian la cara con gesto adusto: ya encontraron el problema, saben qué pieza cambiar, cómo devolver ese calzado a la vida y la comodidad a su portador.

Guardia Vieja, sinónimo de aceitunas

Se trata de cerrar los ojos e inspirar lo más profundo posible. A esta altura del Abasto, sobre la calle Guardia Vieja, el aroma a aceitunas se revela como una seña de identidad, como una historia que empezó a escribirse hace muchos años.
En el cruce de Guardia Vieja y Billinghurst, dentro de una casona de fines del siglo XIX, abrió el 27 de agosto de 1958 “La Esquina de las Aceitunas”. Fue un proyecto de Constantino “Don Costa” Katsaounis, emigrante griego que trabajó en suelo porteño como repartidor de olivos, dado el conocimiento que traía desde su tierra natal.
En el presente, la casona antigua sigue abierta y fue declarada de Interés Cultural de la CABA a comienzos de septiembre, también por un texto de la legisladora Cecilia Ferrero.
“Sus productos, que evocan los sabores del Mediterráneo, incluyen aceitunas verdes, negras, de diversos tamaños e incluso rellenas. Se trata de un negocio histórico arraigado en la zona del Abasto, en el barrio de Almagro, cuya presencia ha enriquecido la identidad local y la vida de sus residentes durante varias décadas. Este emprendimiento, transmitido de generación en generación dentro de una familia comprometida, ha dejado una huella indeleble en la historia del barrio”, fundamenta la representante.
Por su parte, Daniela, una de las referentes actuales del negocio, contó que esto se vive como un “reconocimiento a tantos años de remo y de empuje”.
La historia cuenta que Don Costa a fines de los años cincuenta trabajó como repartidor hasta que uno de sus clientes, Gabriel Mesquida, un productor de aceitunas, lo invitó a abrir un local juntos. Así se forjó este hito local del Abasto.
Primero se vendieron aceitunas al por mayor y luego, dada la buena recepción en el barrio, se pasó al comercio minorista. También se sumaron conservas, encurtidos, legumbres y especias.
Don Costa vivió hasta los 93 años, hasta último momento siguió de cerca el trabajo en Guardia Vieja. “En su honor, una variedad especial de aceitunas que preparan en el local lleva el nombre del Fundador”, repasa el texto de Ferrero.
En la actualidad, el emprendimiento familiar está a cargo de Claudio Katsaounis, sobrino nieto de Don Costa Katsaounis, y también su hijo Thiago.

En tanto, a menos de media cuadra existe La Casa de las Aceitunas y los Encurtidos, sobre Guardia Vieja 3579. Se trata de un negocio que cuenta con “cuatro generaciones trabajando de sol a sol en Abasto” de otros descendientes de los fundadores, los Katsaounis.
Originalmente funcionó en la esquina emblemática, luego se vendió el fondo de comercio y se mudó a la locación actual. De este modo, sus integrantes señalan que la segunda generación estuvo a cargo de Harislaos Katsaounis; la tercera de Liliana Katsaounis y Mario Basello y en el presente la cuarta por Cristian Canteros.
Es por la presencia de ambos negocios que la calle Guardia Vieja es sinónimo de aceitunas en la zona del Abasto, un legado de varias camadas que perdura en los aromas y en la mística local.

 

Juan Manuel Castro


RECUADROS


La vuelta de Don Carlos

Otro hito de los comercios históricos fue la reapertura a fines de agosto de Don Carlos, la cantina icónica de Billinghurst y Valentín Gómez.
Había cerrado poco antes del inicio de la pandemia. Su futuro era incierto y el año pasado se puso a la venta parte del mobiliario, como sillas, electrodomésticos y vajilla.
El lugar estaba sin uso, con cartel de venta. Luego, en las últimas semanas se pudo ver a pintores y operarios embellecer el interior y el exterior del negocio.
Así, en las tardes de fines de agosto colocaron afiches en las ventanas anunciando el regreso de un clásico.
La fecha formal fue el domingo 20 de agosto. Don Carlos reabrió y ofreció un show de bienvenida con la presencia de, entre otros artistas, Néstor Rolán, Juana del Parque, Rubén Capella.
En la actual administración del lugar contaron a este medio que el perfil de la cantina apunta a ofrecer desayunos y platos a precios populares. A la vez, piensan en números musicales para atraer más público los fines de semana.
En todos estos años, la vereda de Don Carlos se mantuvo sin alteraciones: allí hay colocadas estrellas con el nombre todos los famosos que asistieron a la cantina del Abasto: Mirtha Tinayre de Legrand, Marcelo Tinelli, Diego Maradona, Guy Williams, Isabel Sarli, José Sacristán, entre otros.
Don Carlos fue fundado en 1955 por un italiano de nombre Luigi quien en 1971 lo vendió a Domingo Lamosa Baltasar. Este último falleció en 2015 y sus herederos vendieron el fondo de comercio. Hubo otra administración que decantó en el cierre de 2019. Ahora inicia un nuevo periodo con este emblema local de puertas abiertas.


CAFF: donde el tango vive

La Legislatura porteña también declaró sitio de interés social y cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires al Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), ubicado en la calle Sánchez de Bustamante 772, en la zona del Abasto.
Fue por impulso del legislador porteño Juan Manuel Valdés (Frente de Todos). También se propicia la colocación de una placa conmemorativa en las instalaciones.
La defensa del proyecto de Resolución rescata sobre el legado del CAFF: “El Club Atlético Fernández Fierro, CAFF, es un club de música social y cultural, fundado por la Orquesta Típica Fernández Fierro. El proyecto nació el 1 de mayo de 2004, en pleno barrio del Abasto y desde hace veinte años funciona como un espacio clave para el desarrollo de espectáculos, actividades culturales y encuentros sociales. Desde su inauguración hasta nuestros días, el CAFF se ha consolidado en un lugar emblemático para la cultura porteña”.
“El Club surgió como resultado del trabajo de la Orquesta Fernández Fierro, una formación de tango cuya historia se remonta al año 2001. En aquel entonces y en medio de la profunda crisis económica, social y política que afectaba a nuestro país, doce jóvenes alumnos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, se juntaron para conformar una banda con la propuesta innovadora de volver al tango, abrazando códigos que hasta ese momento se sentían del pasado; su propuesta estaba influenciada por la Orquesta de Osvaldo Pugliese y por el maestro del bandoneón, Rodolfo Mederos; aunque al mismo tiempo tenía el espíritu de una banda de rock”, se agrega.
“El Club Atlético Fernández Fierro funciona como una cooperativa concebida por músicos para músicos. Tanto la filosofía del lugar como la forma de trabajo se fundamenta en la igualdad: todas las personas involucradas en el espacio son músicos comprometidos con su arte”, resalta la defensa del flamante proyecto.

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