Un sabio dijo algo así alguna vez:
“Cuando era niño quería cambiar el mundo; de joven pretendía cambiar mi país;
de adulto, me conformaba con cambiar a mi familia.
Recién de viejo entendí que era bastante si lograba cambiarme a mí mismo.
¡Cuánto podría haber influenciado para bien si hubiese comenzado por ahí!

Ante una situación avasallante donde disputan el poder político la inflación, la mano dura y la libertad para el que tiene dinero podemos sentirnos un poco abrumados. (Hay dos opciones más que no digo sean mejores). Pero vayamos a lo nuestro, en esos momentos donde parece que lo futuro nos sobrepasa es bueno replegarse un poco en uno mismo, buscar en uno su mejor versión para luego encarar lo que nos toque con alegría y ganas de mejoría para todos independientemente de qué presidente se imponga en el país.

La opción de seguir creyendo en esa estructura que nos acompaña desde hace mucho es una tentación, sin embargo, el verdadero desafío es cuestionarnos todo, cuestionar nuestras propias creencias y en particular analizar nuestras acciones. Desde el momento en que uno valora la magia divina que implica nuestra vida debería tratar todo con mayor respeto, comenzando con uno mismo. Ya lo había dicho el Cristo: “Amar a los otros como a sí mismo”. Insisto, comenzando con uno mismo. Ese amor bien llevado implica respeto, una cortesía auténtica, que a medida que nuestra consciencia se amplía debería ir transformando nuestros actos en acciones más solemnes: hablar cuidando desde el tono hasta lo que transmitimos, cuidar nuestras palabras escritas, nuestro caminar, el interactuar con gente en general y hasta observarnos al manipular objetos que no tienen la culpa de nuestro estado de ánimo que en definitiva podemos modificar (para eso hay técnicas que, por ejemplo, nos brinda el Yoga).

La inmensa mayoría de los seres humanos llegamos a un momento donde valoramos otras cosas mucho más que sólo objetos superficiales o un aspecto físico que el tiempo irá -como dice el tango- “descolando”. Tomamos consciencia de que esto también pasará. Que un día no estaremos en este plano, con este cuerpo. Y que el día de mañana sería interesante dejar algo que no sea un resabio de egoísmo. Ojalá pudiésemos aportar para dejar el mundo mejor que como lo encontramos. Pero para eso debemos poder practicar día a día en, por ejemplo, dejar un ambiente mejor de como lo encontramos. Y en particular cuidar nuestras relaciones.

Indudablemente la vida política influencia la vida personal, sin embargo, un presidente no es Dios. Estará obligado a consensuar y los cambios son paulatinos a medida que la sociedad los tolera. Así que asuma quien asuma, si logramos tener un pueblo más despierto y sabio el gobernante tendrá que ponerse a la altura de las circunstancias, de modo contrario no podrá continuar en su cargo. Así que a no temer, que quien venga es un reflejo de nosotros mismos… y no nos tememos a nosotros mismos, ¿no? ¡Menos nos temeremos si hacemos de nosotros la mejor versión posible!

Rafael Sabini

También te puede interesar