La
impunidad a flor de piel
En momentos como este donde
pareciera que el patoterismo
es el modo de expresión
por excelencia no debería
extrañarme que incluso
nuestros nuevos vecinos hayan
entrado por esa variante.
La situación es la
siguiente: un centro de danzas
se instaló delante
y debajo de mi vivienda en
un local al frente cuyo sótano
abarca todo nuestro perímetro.
Estamos hablando de Sánchez
de Bustamante 728 (que aunque
ya no tenga numeración
es lo que tuvo en su momento).
Los ruidos molestan mucho,
más cuando se dedican
al capoeira que como el ávido
lector sabrá es una
danza marcial de origen brasilero
que utilizan tambores y otros
instrumentos para regular
el ritmo. Normalmente se extienden
con sus clases hasta las 23
de la noche lo cual ya hace
la conviviencia difícil,
más cuando tenemos
dos hijas menores de tres
años y la invasión
sonora es muy intensa. Por
suerte suelen practicar arriba
en el local que salvo inutilizar
un par de habitaciones de
nuestra vivienda el resto
de la casa no sufre consecuencias
tan serias aunque de todos
modos sea muy molesto. El
verdadero problema se suscinta
cuando sábado por medio
a esta gente se les da por
realizar fiestas al estilo
discoteque en el sótano
provocando ruidos altísimos
en nuestros dormitorios y
que además prosiguen
hasta altas horas de la mañana.
Ayer,
cuando sentí los ensayos,
me acerqué a hablar
con el señor que alquiló
el local para consultar si
iban a realizar una fiesta
a pesar de no tener la aislación
correspondiente. Y su respuesta
fue: “sí, y ustedes
me tienen podrido con sus
quejas por ruidos molestos.
Yo hago lo que quiero porque
alquilo y cualquier problema
hablen con los dueños”.
Además, de modo provocador
me dijo “si vos me venís
a mandonear yo levanto el
tono y si me pegás
yo te pego a vos!”.
Muy sorprendido me fui porque
no fue mi intención
mandonear ni mucho menos ir
a las manos. Mi señora
que había hablado con
este Sr. Nahuel en otras oportunidades
y le había parecido
una persona correcta que prometía
aislar como corresponde fue
y se llevó la misma
sorpresa: “es otra persona”
me dijo. Parecería
que hasta el momento estuvo
actuando.
En fin,
llamamos a la policía
que solamente le pidió
que bajara la música,
cuestión que los festeros
respetaron por un par de minutos
para luego subirla mucho más:
cimbraban los vidrios. También
sé que la policía
vino varias veces anoche,
así que no somos los
únicos damnificados.
No
dormimos en toda la noche
porque la fiesta terminó
a las 7 de la mañana.
Las nenas la pasaron muy mal.
Y peor que la falta de sueño
es saber que no hay dónde
ni a quien acudir en un caso
de este tipo. Debajo podría
prenderse fuego con tanto
cigarrillo y gente alcoholizada
y pensar que ni siquiera después
de la tragedia de Cromañón
el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires ha puesto un
número que tenga soluciones
directas e instantáneas.
¿Tan costoso sería
tener una patrulla de habilitadores
que actúen en los momentos
en que la gente llama? Nosotros
tenemos una denuncia labrada
(n° 18.738) hace más
de un mes, cuando dialogar
comenzó a ser en vano,
y aún no han venido
a medir los decibeles.
Aún
quiero creer que podemos llegar
a vivir en sociedad. ¿Seré
muy ingenuo?
Rafael Sabini
Bs. As. 22/10-2006
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