Durante unas tres décadas la Internet, teóricamente, se fue desarrollando bajo la base de que el contenido estaba en diferentes computadoras y eso nos daba una especie de libertad absoluta, para bien y para mal. Dentro de esa libertad el usuario optaba por lo que consumía mientras quienes suben contenidos no tenían demasiado control de lo que compartían.
Persiguiendo lo ilegal, como la venta de droga o la pedofilia es que las entidades policiales muchas veces usan la web para informarse y lograr desbaratar esos males. Con el tiempo se fueron buscando fijar ciertas normas con intención de ir prohibiendo lo que degeneraba nuestra sociedad en términos de instigaciones racistas, xenófobas y de violencia. Sin embargo, el control absoluto parecía imposible, dado que el contenido estaba por todos lados, hoy la situación es otra.
Para acelerar los tiempos y poder hacer funcionar bien ciertas plataformas se han establecidos centros con computadoras de altísimo rendimiento, me refiero a lugares que ocupan inmensas áreas físicas que pasan a ser como el corazón de la red. Esto les ha dado a sus propietarios un poder inmenso sobre la web.
Hoy esas grandes empresas -que se vieron muy beneficiadas por el aumento del uso del Internet debido a la instalación de la pandemia por el coronavirus- han decidido censurar ciertos contendidos. Pero ya no se trata de delitos como la pedofilia sino que optaron por ir en contra de ciertas ideas… Vienen censurando opiniones sobre salud que difieren con el discurso oficial dictaminado por la OMS cuyos principales aportantes son los laboratorios. Un discurso que no solo cambia, porque es muy complicado ocultar el sol con la mano, pero que, sin embargo, siempre vuelve a cuidar a sus principales benefactores. Esos que dejaron de ver al ser humano como un espíritu libre que debe aprender de sus enfermedades buscando sanar para crecer espiritualmente. En lugar de eso nos ofrecen un remedio (píldora, vacuna) cómodo que logra apagar la “luz roja” del dolor para que sigamos funcionando, y que lamentablemente muchas veces nos daña por otro lado, pero que nos permite continuar viviendo para seguir consumiendo sus productos.
Un discurso único, sin posibilidad de discusión nos aleja muchísimo de esa idea de democracia por lo que tantos lucharon para que tengamos. Y es lo opuesto al planteo de la ciencia que debe rebatir hipótesis con argumentos y ensayos clínicos y no negarlas por el negacionismo en sí.
El método científico exige observación sistemática, medición, experimentación, formulación, análisis y posibles modificaciones de las hipótesis. Algunas metodologías son la deducción, la inducción, la abducción y la predicción… Pero nunca jamás el autoritarismo. El dinero y el poder sirven para investigar pero implica peligro cuando se usan para censurar. En las ciencias empíricas no existe el “conocimiento perfecto” o “probado”, cada teoría científica permanece siempre abierta con posibilidad de ser refutada. De hecho se descubren cosas nuevas día a día, hace pocos años, sin ir más lejos, se descubrió que la doble hélice no es la única forma del ADN; hallaron también una estructura cuádruple en células humanas vivas. Entonces, si la verdad no es absoluta en materia de salud -más cuando los seres humanos no somos calcos unos de otros y lo que a uno le hace bien a otro le puede hacer daño- debemos estar alertas y ser conscientes de los intereses de algunos por los discursos únicos y dominantes.
Desde luego que este planteo es extensible a periodistas que repiten como loros el discurso único, los gobiernos que obedecen las órdenes de no sabemos bien quién y tantas líneas de mando ocultas. Que la verdad salga a la luz y que el espíritu crítico prevalezca ante el intento de volver a imponer la ignorancia en momentos en que el conocimientos parecería estar a las manos de todos.

Rafael Sabini
info@revistaelabasto.com.ar

También te puede interesar