El Parque de la Estación nace fruto de una larga demanda vecinal por la falta de espacios verdes y se logró gracias al acuerdo de los distintos bloques políticos. A muchos vecinos nos cuestan las plazas y los parques enrejados, sin embargo, hay que reconocer que impiden ciertos comportamientos. El tema siempre es encontrar el equilibrio social donde podamos convivir en paz sin molestarnos unos a los otros.

Últimamente venimos observando, que más allá de la cantidad de vecinos con chicos y mascotas que visitan el Parque de la Estación, que éste también se ha convertido en ranchada para algunas personas en situación de calle hacia la calle Díaz Vélez. A su vez hay gente que vive del otro lado del alambrado.
Al lado los cartoneros siguen haciendo uso de la curva -como en tantos otros lugares de la ciudad- para bajar y subir sus bolsones con los cartones que juntan por la zona.
De día, más bien hacia el lado de la calle Anchorena he sido testigo de alguna trifulca de barras juveniles. Y como si fuera poco desde hace unos días falta un chapón del monumento que se hizo en honor a las víctimas del incendio de Cromañón.

Hoy decidimos sondear un poco la situación, así fue que visitamos un rato esta tarde el parque donde prontamente nos acercamos a un grupo de vecinos con perros. Luego de presentarnos, obsequiando ejemplares de papel, nos centramos en las vecinas Ana y Angélica que nos contaron que frecuentan el parque seguido, a pesar de que Plaza Almagro les queda más cerca, porque tienen más libertad con los perros: “En Plaza Almagro está todo enrejado y comenzaron –ya antes de la pandemia, desde principios del año pasado- a prohibir la entrada para pasear los perros así como para sentarse a tomar mate” dijo Angélica.
Les mencionamos el canil que prontamente criticaron: “es un asco, ni los perros ni uno disfruta de ir ahí”.
Por su lado, al ser consultadas por los cartoneros que acopian sus cosas en la entrada donde Gallo se transforma en Díaz Vélez contaron que eran conscientes de que ese era su lugar de juntada y que nunca fueron molestadas por ellos, que simplemente están trabajando.
Luego les preguntamos por el grupito de personas en situación de calle que se alojan bajo el alero en la misma esquina y ambas dijeron que no han tenido problemas con ellos. “Mientras no sean mal educados y no hagan daño no molestan” dijo Ana que vive hace cuarenta años en el barrio. Luego agregó: “Claro que sería apropiado que tengan un lugar donde vivir”.
Del grupo que observaba nadie quiso agregar nada.

No sé qué sucederá de noche por ahí, las veces que he pasado lo he visto tranquilo, sin embargo, siempre está abierta esta revista por si algún vecino quiere contar algo.
Mientras tanto agradezco tener un lugar donde vivir y lamento que tanta gente la esté pasando tan mal. Que el espacio verde que tanto nos costó conseguir pueda seguir siendo un lugar de encuentro del barrio para irradiar la energía de la naturaleza entre smog y asfalto.

R.S.

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