Eduardo Galeano tiene un cuento (“El mundo”, del Libro de los abrazos) que habla del mundo visto desde lejos donde las personas son como “un mar de fueguitos”, algunas un fuego grande, intenso, otros más pequeño, tranquilo, otros mediano y sereno, en definitiva todos un fuego diferente. Termina diciendo: “Otros arden la vida con tanta ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.”
Para disciplinas orientales el alma se templa, para de ese modo despertar capacidades latentes y lograr un profundo autoconocimiento que permita reconocer al todo como uno y por ende comprenderlo todo. La intención sería que ya no sigamos a tientas en la “rueda del ratón”, sino que encontremos un sentido mayor a nuestra vida y por ende lograr que nuestro propio “fuego” brinde más luz al mundo.
Recorrer la vida solo, es muy complicado, por no decir imposible. Requiere no solamente de lecturas y prácticas, sino también en este caminar suman compañeros más avanzados y hermanos con quienes ir aprendiendo. El trabajo en este momento requiere de ir reconociendo y puliendo nuestras sombras a la vez que vamos resaltando nuestro fuego interno.
Para cambiar nuestra realidad necesitamos hacernos cargo y cambiar nosotros. La labor principal es entonces con nosotros mismos en relación a nuestro entorno y cómo, desde ahí, aportamos para un mundo mejor. Por esta razón también es la importancia de un medio de cercanía, porque puede servirnos como un canal para influenciar fraternalmente nuestro medio ambiente, con la esperanza de que podamos como vecindad también brindar un poco más de luz al planeta.

Rafael Sabini
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