Serenísimamente
poco saludables
Imagen ilustrativa
de www.p50.ids.bielsko.pl
Hay empresas
con vocación de vanguardia.
Sin lugar a dudas.
Ejemplos
se dan entre los laboratorios
de primera línea mundial.
Han descubierto que el mercado
de gente sana es considerablemente
mayor que el de enfermos y
por lo tanto, con la estrategia
de adelantarse siempre “a
los competidores”, confundir
deliberadamente lo nuevo con
lo bueno, con espíritu
siempre innovador, están
enfilando sus cañones
propagandísticos e
ideológicos para persuadir
a sectores crecientes de población
de que ingieran no ya medicamentos
para curarse (algo que ha
resultado altamente problemático,
porque el mayor rubro de enfermedades
hoy en día existentes
son las producidas por los
medicamentos, precisamente)
sino medicamentos o “pre-medicamentos”
para no enfermarse. Que la
consigna coincida con la realidad
es muy otro cantar.*
En el empresariado argentino
por cuestiones de vanguardia
no nos vamos a quedar atrás.
La principal productora láctea
ha puesto sus pasos en la
misma línea que los
laboratorios dedicados a curar
a quienes no están
enfermos, valga el oxímoro.
Dedicándose a fortificar
todos sus fluidos o masas
más o menos sólidas
con minerales, bacilos diversos
y vitaminas. Por aquello que
vender un producto con más
y más agregados siempre
“luce”. Aunque
la salud se resienta. La salud,
precisamente que se invoca
defender…
El
último alarido en esta
fiebre “enaltecedora”
de cada alimento es el agregado
de vitamina C a la leche…
la vitamina que se encuentra
naturalmente en los cítricos,
el polo alimentario opuesto
al de los lácteos.
Así
tenemos ahora leches o yogures
con lactobacilos, vitaminas,
complementos minerales, para
tomar cada día de nuestras
vidas, porque ahí está
el gracejo de la propaganda
destinada a convertir a los
consumidores en dependientes
vitalicios…
De
ese modo, sustancias que de
pronto constituirían
un aporte tras una enfermedad
(por ejemplo, luego de recibir
antibióticos), cuando
la necesidad de reconstituir
la flora intestinal, por ejemplo,
es significativa, se convierten
en “pan nuestro de cada
día” pudiendo
inhibir la capacidad endógena
del organismo de generar sus
propias partículas
de salud, sustituyéndolo
ad infinitum…
Esta
medicalización del
consumo, de la sociedad en
general tiene, sin embargo,
sus límites, que una
empresa legal no puede eludir.
Por ejemplo, el exceso de
algunas vitaminas antes las
cuales el cuerpo no está
en condiciones de autodepurarse,
engendra enfermedades. No
las de las deficiencias vitamínicas,
entonces, sino las de los
excesos.
Y
algunos de los refuerzos vitamínicos
con que ahora se nos apabulla
no sólo provienen de
los maravillosos productos
que nos brindan sino también
de muchas otras fuentes…
Legalmente, una empresa que
“fortifica” sus
productos con vitaminas no
puede no avisar al consumidor
del peligro de exceso de ingestión
de vitaminas. (Lo mismo debería
hacerse con los minerales
de los que nuestros cuerpos
no se depuran naturalmente.)
El Ser.
¿Cómo soluciona
nuestra principal empresa
láctea esta dificultad?
No hemos podido rastrear en
las góndolas porteñas
tan bien provistas con Ser
lo que sin embargo aparece
en un pote de cada veinte,
o tal vez de cada cien, en
góndolas montevideanas
(nutridas por la misma empresa,
claro): en menudísima,
casi ilegible letra, en un
pegotín transparente,
ampliando la leyenda con lupa,
podemos leer: “Alimento
adicionado de [sic] vitaminas.
Estos alimentos han sido formulados
para niños mayores
de 36 meses. Debe tenerse
en cuenta que en la alimentación
existen otras fuentes de tales
nutrientes. Se recomienda
a las mujeres en edad reproductiva
[apenas entre 15 y 50 años…]
o que busquen embarazo
y a las embarazadas no consumir
diariamente por períodos
prolongados más de
1500 microgramos (5000 UI)
de vitamina A.”
Esa
información no surge
de la melodiosa y persuasiva
voz que la principal empresa
láctea argentina usa
para introducirnos a todos
en la lactodependencia, pero
claramente resulta entonces
que Ser no está pensado
para niños menores
de tres años…
Veamos el Danonino.
Otro aporte “alimentario”
y éste sí expresamente
dedicado a los niños.
Hasta el nombre nos sugiere
la tierna edad a que va dirigido.
Y dirigido para el desarrollo,
la nutrición, el crecimiento
sano, claro. Aquí sí
hemos encontrado info
en ambas márgenes del
Plata. En Montevideo aparece
un texto por el estilo del
que viéramos con Ser,
que declara: “este
alimento no ha sido formulado
para niños menores
de 36 meses.” Apto,
empezaría a ser apto,
desde los cuatro años…
es decir, cuando el organismo
ha consolidado algunas de
sus funciones y ha aprendido
a defenderse de algunas agresiones,
cuando el cuerpito ya está,
siquiera a medias consolidado…
Tal
vez para formular este consejo
es que figuran pediatras en
la configuración de
Danonino, aunque nosotros
ingenuamente nos hayamos imaginado
que están para diseñar
dietéticamente el “postre”.
En
Buenos Aires, si uno se esfuerza
por leer un envase de Danonino,
la declaración de condiciones
de uso, contenido y componentes,
puede enterarse que a “niños
de 4 a 6 años”
les aporta, por cada 200 gr.,
un 20 % de proteínas,
un 42 % de vitamina A, etcétera.
Y uno se queda sin saber si
de todos modos aporta vitamina
A y proteínas a menores
de 4 y a mayores de 6 años
y en tal caso, qué.
A juzgar por la info “montevideana”,
no serían aportes deseables
para quienes no son “mayores
de 36 meses”…
Por
otra parte, uno lee todos
sus ingredientes; “leche
seleccionada parcialmente
descremada pasteurizada”
(según los envases,
solución sacarosa o
azúcar, glucosa) más
“citrato de calcio,
almidón, saborizante
artificial, colorante natural,
goma guar” (en otros
“modelos” de Danonino,
goma tara), “sorbato
de potasio, goma xántica,
gluconato de zinc, vitaminas
A, B9” (en algunos también
B12) y D, crema, azúcar,
“lactato de calcio,
gluconato ferroso, cloruro
de calcio, vitamina E, cuajo
y cultivos lácticos.”
Podríamos agregar que
en los que declaran ser de
frutilla “hay azúcar,
jmaf, almidón, sulfato
ferroso, esencia artificial
de frutilla, ácido
cítrico, cultivos lácticos
y probióticos.”
Ante semejante ristra, empieza
uno a entender por qué
conviene que niños
de muy temprana edad y quienes
alojan fetos o piensan hacerlo
se cuiden de semejante selva
química e ingredientes
seudoalimentarios que van
mezclados con los alimentos
y cuya presencia se explica
porque nos venden productos
no frescos.
La
presencia de alimentos transgénicos
está delicadamente
sorteada denominando “jmaf”
al jarabe de maíz de
alto fructosa que proviene,
al menos en la Argentina actual,
de maíz transgénico.
Algo que también podemos
observar en Ser, cuando el
contenido alude a “almidón
modificado”, una forma
elíptica de aludir
al almidón de maíz
genéticamente modificado
o transgénico.
En la jerga con que nos envuelven
a los consumidores aparecen
delicadezas como: “No
contiene cantidad apreciable
[sic] de grasas trans, fibra
alimentaria.” Frase
que une en su “apreciación”
cambalachera un elemento cancerígeno
usado durante casi todo el
siglo XX por las industrias
alimentarias por su facilidad
de manejo (grasas hidrogenadas,
que no se ponen rancias) y
las fibras, que son un elemento
fundamental de la calidad
alimentaria.
También
podríamos decir que
llama la atención que
en productos lácteos
nos adviertan que son “Sin
TACC”. Es decir sin
trigo, avena, centeno y cebada.
Lo llamativo sería
más bien lo inverso:
que productos lácteos
contuvieran cereales…
La
presencia de “esencia
artificial de frutilla”,
más allá de
su sinceridad, revela una
vez más la calidad
del producto y la estima que
conceden al consumidor.
El locutor de la voz persuasiva
no nos habla nunca de estos
“detalles”. No
hay que extrañarse.
En realidad, tendríamos
que preguntarnos por qué,
si llegara a hablarnos de
ellos.
El reino de los envases.
Los hay tan chicos como que
contienen apenas 45 gr. de
sustancia presuntamente comestible
(Danonino). El costo del envase
–y el despilfarro consiguiente–
es mucho mayor que el del
contenido. Habiendo refrigeración,
se podrían confeccionar
envases con mayor contenido
porque ahorrarían materiales,
achicarían el despilfarro
social.** Tan diminutos envases,
ciertamente son un gran negocio
para la empresa, ya que no
para la sociedad. Permiten
aumentar los precios del contenido
(al achicar el precio unitario,
se tienta mejor al consumidor)
y, de paso, le permite confeccionar
una “información
al consumidor” que es
prácticamente letra
muerta pues hay que hacer
un claro esfuerzo para inteligirla.
Estaría
muy bueno hacer un relevamiento
entre padres que dan a sus
pequeñines Danonino
desde la más tierna
edad, para saber quiénes
han leído las instrucciones
acerca de los límites
de edad. Este tipo de envase
con su respectivo paquete
informativo responde claramente
al viejo truco de “hecha
la ley, hecha la trampa”.
Hay
otro aspecto de los envases
que bien valdría conocer:
si las autoridades bromatológicas
han controlado el sellado
de los mismos. El cierre por
sellado exige temperaturas
de por lo menos unos 120 grados,
y a esa altura prácticamente
son muy, pero muy pocos, los
materiales plásticos
que resisten sin que sus moléculas
inicien una fiesta loca de
movimiento. Verificar entonces
que no terminen alojándose
en el alimento que se supone
preservan pero que no deben
contaminar (que no “migren”
al alimento, como se denomina
el fenómeno entre industriales
del plástico dedicados
a los envases alimentarios,
que conocen bien el fenómeno).
Cuanto más pequeño
el envase de material plástico,
más se siente una diferencia
en el sabor de su contenido
respecto del originario del
alimento envasado.
Llama
la atención, por último,
la incapacidad de reacción,
o la capacidad de adaptación,
de las autoridades presuntamente
bromatológicas (y el
estado argentino en sus diferentes
esferas, tiene por cierto
más de una) ante las
carencias y confusiones que
hemos reseñado. O tal
vez ni nos llame la atención,
pero debería.
Luis
E. Sabini Fernández
***
* Acerca de la fabricación,
y colocación, de medicamentos
para sanos, véase la
esclarecedora nota de Silvia
Ribeiro, “Los señores
de la genómica”,
serv. ALAI, 20 julio 2004.
** De material plástico,
de muy difìcil recuperación
y que por ello mismo, constituye
la principal fuente de contaminación
ambiental, acuática
y terrestre en todo el planeta.
Que no por repetido es poco
decir.
*** Periodista, editor de
la revista Futuros, coordinador
del Seminario de Ecología
y DD.HH. de la Cátedra
Libre de DD.HH. de la Universidad
de Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras.
Bs. As. 14/8-2006
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