Este número tiene como eje el arte. Presentaré el mío… Alguien me preguntó porqué dedico tanta energía a una actividad como el arte marcial que practico. Entendía el beneficio físico, pero no lograba captar el concepto de modo más amplio y opinaba que entrenábamos para golpear a otros. Así que aprovecho este espacio para contárselo y de paso compartirlo con Ud

En un momento donde todo va muy rápido y se exigen resultados con urgencia, el profundizar en una disciplina implica profundizar en la esencia misma del ser humano. Lo entenderán los artistas, deportistas, escritores, yoguis o cualquiera que realmente se adentre en algo siendo consciente de la necesidad de la perseverancia y los placeres de los pequeños logros que hilvanados a veces parecen inmensos y en casos hasta sobrehumanos.
He notado que de los cientos de practicantes que comienzan con Taekwon-Do solo pocos quedamos. Posiblemente alguna vieja limitación, sumada al sabor agridulce de alguna derrota de algún tipo, nos puede haber impulsado a entrenar con mayor empeño hasta lograr superar lo que entonces parecía imposible.
Como instructor –sabom en coreano– recuerdo algún niño que comenzó con movimientos algo torpes, espasmódicos, con semblante concentrado pero cargado de frustración. Sin embargo, con cada clase, algo iba cambiando. No solo le enseñé a rotar la cadera, alinear el cuerpo o a extender el pie, también le indicaba como respirar generando una actitud más ofensiva y firme así como también a levantarse luego de alguna caída. Aprendió a mirar a los ojos a su oponente, ya sin miedo, sí con respeto. Ese niño, que habría caminado por su escuela con los hombros encogidos empezó a caminar con la espalda erguida. La timidez se fue disipando, reemplazada por una seguridad genuina. No se hizo un fanfarrón; se hizo un hombrecito que entiende el poder de la humildad. Porque el Taekwon-Do le enseñó que la verdadera fuerza no reside en su capacidad para golpear, sino en la de controlar su propia ira, en ser cortez, ético y resiliente, consciente de que todo lo bueno cuesta tiempo dominar.
Para un sabom ver a un adolescente con problemas de conducta, encontrar en la disciplina que le brinda esa estructura que necesita para ya no desbordarse, es muy satisfactorio. O ver a un adulto, que pensaba que su tiempo ya había pasado, redescubrir su vitalidad y su alegría de estar con vida.
Cuando el sol se pone y el dojang (lugar de práctica) queda en penumbra, permanece la reminiscencia del zumbido en el aire y la carga energética. Y aunque el lugar esté vacío, los principios persisten. La cortesía, la integridad, el autocrontrol, la perseverancia y el espíritu indomable que se entregan en forma de disciplina y respeto son los verdaderos cinturones que los practicantes reciben del Taekwon-Do. Un tesoro que no se esconde al final del entrenamiento, sino que se lleva en el corazón, y se refleja en la forma de moverse por la vida. Por estas cosas el Taekwon-Do es una escuela de vida… ni los cintos ni los trofeos son recompensas importantes, lo que realmente cuenta es la transformación.
Espero que estas líneas den un sentido más profundo para entender porqué uno lo practica. Cabría agregar que un taekwondista que recibió las enseñanzas con generosidad de corazón sabe que siempre tiene que dar más que lo que recibe, tanto fuera como dentro del cuadrilátero.

Rafael Sabini

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