En tiempos donde una noticia puede viralizarse antes de ser confirmada, el desafío de informarse se volvió más complejo que nunca. Las redes sociales ofrecen velocidad, cercanía y una sensación de participación constante. Pero, en ese vértigo, también esconden un riesgo creciente: la confusión entre relevancia y ruido, entre dato y opinión, entre noticia y rumor.
En las últimas elecciones, en emergencias sanitarias e incluso en episodios de inseguridad, se vio un patrón repetido: una avalancha de contenidos que circulan sin contexto ni verificación. Cualquier usuario puede convertirse en fuente, cualquier imagen puede ser manipulada y cualquier afirmación puede amplificarse miles de veces antes de que alguien la cuestione.
Frente a ese escenario, los medios tradicionales, con sus fallas y sus debates pendientes, incluso algunos son medios de propaganda (figura espantosa si las hay) recuperan un valor que parecía diluirse: el compromiso con la verificación. El trabajo editorial, las fuentes chequeadas y la responsabilidad legal siguen siendo barreras que ayudan a separar los hechos de las interpretaciones. No se trata de romantizar el pasado, sino de reconocer una herramienta que, aun imperfecta, mantiene estándares que las redes no exigen.
El rol del periodismo profesional vuelve a ser central no porque tenga todas las respuestas, sino porque intenta hacer las preguntas correctas. En un ecosistema saturado de “verdades rápidas”, apostar por medios con trayectoria no es dar un paso atrás, sino sumar una capa de rigor a nuestra propia mirada.
Informarse hoy requiere una mezcla más equilibrada: aprovechar la diversidad y la instantaneidad de las redes, sí, pero apoyarse también en la profundidad, el contexto y la responsabilidad editorial. En un mundo que premia la velocidad, tal vez la verdadera ventaja esté en tomarse un minuto más para entender. Y también volvamos a poner en valor la producción de los medios vecinales.
Eduardo Scofu