Nunca te duermas entre Pasco y Alberdi, Lautarito. Hay muertos que no se fueron de viaje.”
Así me lo dijo el viejo de Mario, mi amigo de la infancia, que fue empleado del subte hasta que le falló el corazón.
Yo tenía trece años y desde entonces nunca pude dejar de mirar por la ventanilla en ese tramo.
Una vez, juraría que vi dos figuras al costado de las vías, como si esperaran que el tren frenara. Pero el tren no frena ahí. Porque ahí… no hay nada.
La llaman Pasco Sur, la estación que no fue.
Un fantasma urbano que aparece —apenas— como una sombra entre sombras, justo entre Pasco y Alberdi, sobre la línea A.
En los planos figura. En la vida, no.
Las crónicas cuentan que cuando se construyó el subte, allá por 1913, dos obreros italianos murieron aplastados por una viga. El caso jamás se resolvió. Los cuerpos nunca fueron devueltos. Dicen que están ahí mismo, sepultados por el cemento.
Algunos aseguran que fue un accidente. Otros, un ajuste de cuentas.
Pero los pasajeros de noche —los atentos— cuentan lo más inquietante: cuando pasás por ese tramo, las luces del vagón titilan. Y si estás del lado derecho, podés verlos.
Parados. Mirando fijo.
El viejo de Mario no era hombre de inventar.
Me contó que una noche, las luces del vagón se apagaron justo al pasar por ese tramo. Y en el reflejo del vidrio, lo vio: un obrero sin casco, con la cara rota. Apretando un martillo como si todavía quería seguir construyendo.
El viejo se quedó callado.
Y después me dijo, casi como un rezo: “Hay gente que no termina su turno, Lautaro.”
A mí me pasó hace poco.
Subí tarde en Congreso y sentí esa pesadez en el aire, esa humedad espesa como si bajaras a un sótano lleno de recuerdos.
Entre Pasco y Alberdi, el tren frenó por un segundo. Las luces bajaron. Y ahí estaban.
No dos… sino muchos.
Sombras. Cuerpos.
Y una mujer con un ramo de flores secas. Me miró. Y lo peor es que yo la conocía. No sé de dónde. Pero la conocía.
Años después escuché otra historia. También en la línea A.
Un operario que entró al baño de la estación Sáenz Peña y encontró a un tipo degollado en un charco de sangre.
Volvió con otro compañero. El baño estaba limpio.
Al día siguiente, otro lo vio.
Dicen que algunos operarios no usan más ese baño. Que ahí hay alguien que repite su muerte, noche tras noche, en un espejo que no devuelve la imagen de los vivos.
Yo no sé si el viejo de Mario me lo contaba para asustarme o para prepararme.
Pero cada vez que viajo por la línea A, entre las sombras, me da la impresión de que el subte no conecta estaciones… conecta épocas. Almas. Historias. Gente que no terminó de irse.
¿Y si el subte no es sólo un transporte, sino un puente?
¿Y si los túneles no son de cemento, sino de memoria?
¿Y si hay un boleto que no se corta nunca… porque el pasajero aún no bajó?
La próxima vez que tomes la línea A, por las dudas no te duermas, estate atento.
Lautaro Mujica, un porteño buscador de historias pasadas.
Ilustración: Martín Nicolás