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“Poner las manos en el fuego”

“Aquel a quien la llama no queme debe ser creído”, se lee en el antiguo código hindú. Durante muchos siglos y en las culturas más diversas fue común recurrir a la prueba del fuego para averiguar si el acusado de un delito grave como la hechicería en la Edad Media- era o no culpable. Las leyes anglosajonas, por ejemplo, establecían cuantos pasos debía caminar el incriminado sosteniendo en las manos un hierro ardiente de un peso determinado. Si lograba llegar al final sin soltarlo, era proclamado inocente; de lo contrario, puesto que el juicio de Dios le había resultado adverso, se lo condenaba a muerte. La frase se emplea hoy para responder de la veracidad o de la conducta de una persona que se considera digna de absoluta confianza. Firmar un aval, salir en defensa de alguien que está más allá de toda sospecha, recomendarlo sin cortapisa, son modos atenuados de poner las manos en el fuego, en tiempos en que ya no rigen aquellos bárbaros procedimientos judiciales. De no ser así, ¿cuántos se animarían a arrimar un solo dedo, aunque apenas se tratara de la llama de un fósforo a punto de apagarse?

Héctor Zimmerman

Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 1999.


Revista El Abasto, n° 88, junio 2007.

 
 


 

 

 

 

 

 

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