Agregar a Favoritos | Buscar | Preguntas | Mapa del sitio | Contactar |

INICIO HEMEROTECA CARTELERA LINKS CONTACTO BUSCAR

 

             

VOLVER AL INDEX

 

 

 

 

 

 

 

 

   

PRINCIPAL
CARTELERA
NÚMEROS ANTERIORES
ÚLTIMO NÚMERO
NOTAS ANTERIORES
EQUIPO
SITIOS VINCULADOS
BS AS SATELITAL
BUSCAR
TU BLOG
COMUNAS

 

 



Paisaje

Unas piernas entran chapoteando. No hay duda, más allá de las modas, la belleza y la edad de una mujer se expresan en las piernas.     Seguramente está pensando: “Cuánto hacía que no me tomaba vacaciones”. O: “cuánto hacía que no venía a la playa”. O: “cuánto hacía que no me metía al mar.” Ya que no sólo la belleza y la edad, el paso del tiempo, se notan en las piernas de una mujer, también deduzco que esta joven se está relajando como hace mucho tiempo no lo hacía. Su búsqueda, sus encuentros y desencuentros felices con las olas, puedo percibir en sus hermosas extremidades inferiores. Su primera actitud, como la de todos, creo, después de tanto tiempo de no estar frente al mar, es meterse, aunque sea paulatinamente, hasta lo hondo, hasta lo profundo, hasta que se hace pie y no se hace pie, hasta que les queda solamente el mentón afuera, como si fueran impulsados por el mito de Alfonsina, a la que yo mismo vi adentrarse sin todos esos reparos con los que los hombres afrontan el mar.
     Entre tanto, el sol está alto y fuerte como sólo en estas décadas lo vi. La playa está como el mundo, superpoblada; llena de techos, de lonas y paragüitas y colores. Un gorrito piluso por acá, una crema blanca y radiante por allá, unos niños empeñados en una babel a orillas del mar, el abrazo de dos espaldas en una foto un poco preparada, y una pelotita de paleta que viene a dar más cerca de mí que de las piernas de la muchacha. Me alejo cautelosa y lentamente de la pelotita mas no de la joven. Hay tanto ruido elevado e inconsciente como en una convención interrumpida provisoriamente para el diálogo, que difícilmente alguien podría distinguir los pedidos de auxilio de un aventurado nadador de aquel que grita llamando la atención para que vean hasta dónde se metió y le saquen otra vez una foto. Las tentadoras piernas de esta joven hace largo rato que no se dirigen para nada hacia la orilla, que no se dan vuelta, ni siquiera para salir, tampoco para cuidar sus cosas, es decir, ha venido sola a la playa, probablemente con alguna pérdida, o es otra soledad como la mía en el mundo. Me acerco a la muchacha rozando el fondo. Ahora está haciendo una cadenciosa y coreográfica plancha. Con seguridad, los oídos tapados la aíslan realmente hasta de sí misma. De pronto, siente mi pinchazo, mi golpe, mi obscenidad, mi fugaz presencia. Siente entonces su parcial desnudez, comprende su absoluta indefensión, y por sobre todo: su impotencia. Los movimientos sincopados de esas piernas que no encuentran sustento, de ese cuerpo que no encuentra protección ya no parecen aquellas delicadas piernas. El agua fría y salada penetra sus intersticios, puja por adentrarse en su interior. Hace ya largo rato que las piernas giran sobre sí mismas, penosamente, indecisas, y con desesperación mantienen a flote un cuerpo que, a no ser por el mar que todo lo lleva hacia algún otro sitio, parece permanecer en el mismo lugar. No entiendo por qué a pesar de su desnudez debajo del agua, no sale del mar y pide inmediatamente una toalla que cualquier mujer, no hombre, ante su situación sabrá alcanzar. Quizá su pudor, quizá la vergüenza, quizá la educación siempre es más fuerte que nada, quizá es otra de esas cuestiones que sólo cada uno entiende. Ahora empieza a nadar. Se aleja más de la playa. Comprendo que su destino es esa gran boya para los barcos que está no muy cerca de su lugar de partida. Deduzco su plan. Esperar que oscurezca hasta que sólo queden en la playa, latas, vasos de plástico, una cáscara de banana, una yerba mal enterrada, una palita olvidada. Aferrarse a la lejana boya. Ése es su plan. Estoy convencido de que así como esas piernas evidencian su edad y su belleza también denuncian su falta de oxigenación. Confía, evidentemente, en que de chica hizo natación. Se aferra como todo humano en estos momentos a la niñez. No comprende que las mismas fuerzas que la pueden hacer llegar a la boya a duras penas, son las mismas que por eso, como los padres, no van estar a la vuelta. Qué feo es no poder hacer el último tramo, el último esfuerzo, la brazada definitiva que conduce al abrazo total de la arena. Hace rato también que ya largué de la boca la parte de debajo de su bikini para ir a darle unos empujones, unos sacudones, a ver si cambiaba de rumbo, pero mi evidente presencia no la percibe, ya lo sé, hay muchas otras cosas más inquietantes en el mundo que yo. Mañana temprano un niño de los de hoy dirá: “Mamá, la ola te mandó una bombacha. Y allá en la orilla una chica duerme desnuda desde que llegamos.” “Qué horror, qué tiempos estos”, dirá la madre. Después de un poco de alboroto y gente autoconvocada todo, todo, todo, volverá a ser la playa que no hace feliz a los hombres, pero que verdaderamente distrae y entretiene y se disfruta. Tal vez por un momento, por un rato, por un tiempo, nadie se meta. Adentro, muy adentro, más adentro. Llámenme, sí, si quieren, un enemigo del pueblo. En el fondo, en el fondo, muy en el fondo no me arrepiento de mi desbocado deseo.

Ganador en Soberbia
Ernesto Marcos


[email protected]

 

 

 

Ganador en Soberbia del

II Concurso Litrerario

Pecados Capitales en
El Abasto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Copyright www.revistaelabasto.com.ar - Mientras mencione la fuente permitimos su reproducción,