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Imagine


El viejo siglo no ha terminado bien, dijo el historiador Erick Hobsbawm. Lo interesante de esta frase es que junto a ella, él sostiene la premisa que dice que el siglo XX ha sido un Siglo corto. Iniciado con la primera guerra mundial y finalizado en la primera década de 1990, Hobsbawm demuestra con arte, cómo un siglo no siempre es una centuria; que un siglo es una serie de significaciones que nacen y se despliegan dentro – y sólo dentro – de la cultura humana y que el fin del Siglo XX ha sido marcado con una “mirada hacia la oscuridad”. Es así que dentro de este pensamiento, en una versión apócrifa de la historia, el 8 de diciembre de 1980 deviene una fecha con una potencia singular en relación a la finalización del siglo que pasó.
    
Ese día, una de las premisas que caracterizó el Siglo XX, se desvaneció dentro del panorama humano. Tal y como profetizara Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire. Y lo sólido que comienza a desmoronarse ese día, fueron las “antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, entre pasado y presente”. ¿Con cuál acontecimiento?: nuestra premisa es declarar que fue con la muerte de John Lennon.
     
El arrebato de su vida frente a la puerta de su departamento sucedió el 8 de diciembre de 1980 y marcó el principio del fin de aquella forma más humana que teníamos de vernos unos a otros. Aun teníamos fresca en la memoria la tonada de Give peace a chance. La tarareábamos como un mantra, convencidos de la potencia vivificante de la poesía frente a la crueldad de la guerra. Con él (con su presencia, su obra y su vida), quienes nos vimos teñidos por su existencia, nos llenamos de coraje para llevar adelante la idea de soñar con un mundo mejor.
      
Como Beatle había hecho historia. Pero como John Lennon, sólo como la singularidad llamada John, se había encargado de ponerle voz a quienes estaban asqueados por la muerte y la violencia que el Siglo XX se había encargado de escupir con desfachatez. Dice Hobsbawm que el Siglo XX “ha sido el siglo más mortífero de la historia a causa de la envergadura, la frecuencia y duración de los conflictos bélicos que lo han asolado sin interrupción.”
      
En ese paisaje de barbarie, apareció la poesía de John cantando los sueños del mundo. Sueños de paz y de amor. Sueños que una inaugurada juventud contagiaba a sus padres.
     
De los muchos elementos que podrían caracterizar la episteme de esa época, hay una que sobresale: la creación de una relación distinta entre padres e hijos, el principio de un nuevo diálogo entre generaciones que había sido imposible amalgamar durante siglos y que en dicho tiempo fue espléndidamente posible. Como dice García Márquez, Lennon fue alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.
      
Antes de los 60 el mundo había permitido que fueran los padres quienes enterraran a sus hijos. Mientras tanto por esa herida absurda transitaba una caravana de soñadores que esparcía un manojo de sueños. Esos sueños declaraban que se había perdido el miedo a lo intolerable, que un acto de voluntad colectivo podía evitar el abismo hacia donde se dirigía la humanidad. Sin embargo, la ferocidad de lo sombrío demostró que hasta los sueños podían ser exterminados, aniquilando de ese modo la brújula que nos indicaba la dirección de la evolución hacia la condición humana.
      
Con el candor que significó elevar al rango de prodigio las premisas de paz, música y amor, nuestra versión ilegítima de la historia diría – frente a la muerte de John Lennon – no sólo que el viejo siglo decididamente no terminó bien, sino que terminó antes.

“Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único
espero que algún día
te unas a nosotros…”
Imagine - John Lennon

Viviana Demaría y José Figueroa
Buenos Aires, viernes 7 de diciembre de 2007




 

 
 

 
 

 

 

 

 

 

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