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Lo contrario de la “soberanía alimentaria”; se combate

Los alimentos, las flores, el trabajo en la ciudad

Cuando Hernán Cortés llegó a Tenochtitlán, la capital de los aztecas, quedó asombrado y maravillado de la amplitud de sus bulevares y calzadas, de sus puentes, de la magnificencia de sus edificios, de los canales que estaban por doquier.
    Cortés era sevillano. Sevilla en 1521 andaba por los 20.000 habitantes. Tenochtitlán tenía centenares de miles. 200.000 o 400.000 habitantes.
Se puede comprender el deslumbramiento de Cortés que aun siendo el visitante, el que había hecho la proeza de cruzar el Atlántico, estaba asombrado del despliegue arquitectónico y urbanístico de los aztecas.
Esa ciudad, enorme para la época, se nutría a sí misma. Tenía en su seno multitud de canales donde se producían todos los alimentos vegetales que constituían la dieta de sus habitantes. Puesto que los cultivos se hacían en canteros flotantes, usando los canales para los plantíos, probablemente también se alimentaran de peces así “domesticados”.
     Los españoles conquistaron dos veces la ciudad; la primera mediante un golpe de mano y el secuestro del emperador, Moctezuma, y la segunda, luego de tener que entregarla, a sangre y fuego con un aliado inesperado: una epidemia de viruela (de origen europeo) que diezmó a los combatientes aztecas.
Los españoles iban a estar casi tres siglos “desagotando” los lagos y canales mexicas para “normalizar” la ciudad y hacerla a imagen y semejanza de las resecas propias. Es decir sin capacidad interna, endógena, de producir sus alimentos.

No se trata de hacer un elogio incondicionado de la civilización azteca. Tenían una concepción militarista, fácilmente asociable a ciertos imperialismos de nuestro tiempo: se sentían superiores y eran despiadados con quienes pensaban someter. Como hemos visto a europeos aplastando indígenas en las Américas, en África y en cualquier lado; a nazis despreciando a los ajenos a su presunta raza, a judíos sionistas colonizando Palestina y diezmando palestinos aprovechándose de las “ventajas” de la modernidad…
    Pero sin hacer una defensa de la sociedad azteca en general, se pueden ver aspectos realmente valiosos, como por ejemplo, lo que llamaríamos ahora su “soberanía alimentaria”.

Buenos Aires tiene varias decenas de kilómetros de vías férreas. Siete formidables, aunque deterioradas, líneas de transporte ferroviario de Constitución, Buenos Aires, Once, Chacarita, y las de Retiro; Mitre, Belgrano y San Martín. Todas ellas disponen, por el diseño que en su momento plasmaron los ingleses sobre la generosa pampa argentina, de anchísimas bandas de terreno bordeando todas sus vías.
     Con la electrificación casi general del transporte ferroviario, las franjas de terreno aledaño a las vías ya no sufren contaminación aérea de las locomotoras, aunque en lugares con alta densidad de automotores esa contaminación persiste y hasta ha aumentado.
    En el diseño original las vías tenían, tienen, un espacio paralelo de por lo menos diez metros, que a menudo se ensancha y llega a los cien metros. Dejando siempre una prudente distancia, generalmente marcada por alambrados, entre tales franjas de tierra y las vías propiamente dichas.
    Aun dejando de lado buena parte de sus cabeceras, como Retiro o Constitución, el neto de tales terrenos paralelos a las vías anda, en longitud, entre 35 y 40 km en toda el área capitalina. Suprimiendo lugares de alta densidad de tránsito y lugares donde las vías se estrechan por la densificación generalizada de la ciudad, se puede hablar todavía de franjas de decenas de kilómetros de tierra, perfectamente cultivable y convertible en huertas.
    Son precisamente tales terrenos los que han sido ocupados, utilizados, en Chacarita, en Caballito, en el sur capitalino y lo mismo en zonas del Gran Buenos Aires, para llevar adelante cultivos, las más de las veces orgánicos.
    Claro que para llevar a buen puerto cultivos orgánicos habría que encarar de otro modo la preservación de los durmientes sin vegetales. En la actualidad las autoridades ferroviarias consideran como lo más efectivo regar de veneno todos los tramos para lograr “la limpieza de malezas”. Es indudablemente lo más cómodo; no hay que carpir, pero, claro, tiene un problemita: los venenos matan. Y matan no sólo los yuyos que se quieren eliminar.
    Los esforzados jóvenes que mantenían a diario la Huerta Orgázmika, en Caballito la que destruyó el gobierrno PRO con topadoras y abundante apoyo de la policía federal, como si se tratara de un aguantadero de malhechores o envenenadores sociales tenían que afrontar muy a menudo a quienes pasaban regando con glifosato (un herbicida total) las vías e inmediaciones de modo tal que la nube tóxica llegaba fácilmente a los zapallitos, tomates, especias, aromáticas, verduras de hoja que los hortelanos hacían crecer a cien metros de Rojas y Rivadavia.

    Esa huerta tenía unos 300 m2 y se necesitaba mucho trabajo, de muchas manos, para recibir los frutos de la tierra sin venenos.
    Dejo librado a los cálculos del lector cuántas huertas orgánicas se podrían asentar sobre las trazas que hemos venido examinando.
    Me consta que muchos de tales terrenos han sido contaminados, por ejemplo mediante irresponsables concesiones que los distintos poseedores del servicio, como TBA, han llevado adelante. Con talleres de cambio de aceite, por ejemplo, totalmente truchos, que jamás han procesado sus desperdicios que sencillamente han volcado “al costado de la vía”.
   Pero aun descontando tales tierras, parcelas de unos 30 metros de longitud por unidad de cultivo, nos permitiría hablar de muchísimas huertas locales. Cada una exigiría sin duda muchas manos.
    También se podría pensar en atención individual o familiar; en ese caso, podrían ser muchísimas más huertas, más pequeñas. En sus antípodas, una ciudad como Estocolmo también tiene tales lotes. Quede su descripción para otra vez.
    Pero, claro, para encarar tales planes tendríamos que ser otros. Que no aceptáramos cómo arrasaron, con una excusa vil, presunto dengue, al trabajo volcado en la huerta orgánica de Caballito, por ejemplo.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]


Huerta Orgázmika: “Se ejerció violencia injustificada”

Cuatro legisladoras porteñas -Diana Maffía (Coalición Cívica), Patricia Walsh (Nueva Izquierda) y Liliana Parada (Igualdad Social) firmaron un pedido de informes que a su vez también fue acompañado por Gabriela Alegre (Diálogo por Buenos Aires)- hicieron un pedido de informe al poder ejecutivo porteño por el violento desalojo y destrucción de la Huerta Orgázmika de Caballito el pasado 18 de mayo y a su vez por la represión desatada cuando se manifestó en contra delante del CGPC6 al día siguiente que culminó con una irrupción en el Centro Cultural La Sala donde la policía detuvo y golpeó a varios manifestantes.
      Exigen al Poder Ejecutivo que informe acerca del operativo dispuesto para desalojar y destruir la huerta orgánica comunitaria llamada “Huerta Orgázmika”, ubicada en el barrio de Caballito, el día pasado 18 de mayo; y los procedimientos que derivaron en represión y detenciones arbitrarias contra quienes se manifestaron en contra de la expulsión frente al Centro de Gestión y Participación Ciudadana Nº 6, el día posterior. “Creemos que se ejerció violencia injustificada durante las dos jornadas y creemos pertinente esclarecer los motivos que llevaron al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a actuar de tal forma” argumentó Maffía.
Hay medios que estamos a la espera de una respuesta para saber por qué criminalizan a quienes proponen un mundo sin agrotóxicos bajo ideas libertarias.

Revista El Abasto, n° 110, junio, 2009.






 

 

 

 

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