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La risa: la pornografía de los posmodernos

Los jueves a las 22 en Absinth (Mitre y Rodríguez Peña) Agustín Rincón y Diego Toronja, más invitados sorpresa, hacen el espectáculo Real con humor, confesiones y una búsqueda de interacción constante que se emite por una sala de chat porno.


   Esa noche Agustín Rincón no pensaba en arte. “Sólo quería jalarme el payaso en la sala de chat porno”, dice arriba del mini escenario del bar Absinth. La sala está oscura y apenas un chorrito de luz le besa la figura larga y morena a este artista venezolano de 29 años. Entonces, evoca, apareció en línea "Camy".    Agustín empezó a hablar con ella y le dijo que andaba “calentito y desvelado”. El pinponeo cachondo se pierde entre jajarajeos, pero Agustín abrió bien grande los ojos: como una epifanía melosa, entendió lo absurdo y a la vez profundo de la situación. Ahí sí pensó en arte, en arte y líbido. “Ahora mi novia es irrelevante, ahora que tengo el chat, el medio es el mensaje”, cierra la introducción al espectáculo Real.
   Todo lo que Agustín y su copiloto Diego Toronja —junto a la performer Lorena en esta ocasión— dicen, hacen o espamentan sale en vivo para el chat porno digital. El chat se convierte en una charla pública. Lo que pasa en la sala traspasa la cuarta pared, para vérselas con otras cuartas paredes en la intimidad de los hogares anónimos que hacen una pausa en sus búsquedas del estilo “Morocha”, “Caucásica”, “Orgía” para reparar en el puñado de artistas perdidos en Congreso.
   El show pone en primer plano el rodeo, el límite del amor y el sexo en tiempos del 4G. En el show mismo se arma confusión. Lore, vestida en enterito blanco y cinturón lleno de pastillas pegoteadas, dice “¿a quién no se lo rompieron?”. Hay silencio. "El corazón", aclara y todos suspiran, aliviados de no tener que ponerse en detalles. A un costado del escenario, Lore se pone a cantar con un charango la zapada “Me enamoré de un monstruo”. Todo se ve en el chat porno. Alguien que canta que se enamoró de un monstruo logra la atención de algún usuario que esperaba rubias tetonas, interraciales o sex-toys, pero nunca un corazón roto en vivo y en directo.
   Agustín agarra una banana XL de plástico y la ondea como un mosquetero entre el público. Uno pica y se despacha: “Yo tengo que lamer algo, me la banco”. Ya no hay público. Esta docena de personas en la sala son todos actores, hace resaltar Lore. Y da la segunda parte a su queja posporno en tonada a lo Wendy Sulka. “La gente se divierte y acá yo la paso como el orto", dice tras su ataque de sinceridad. Hay un aplauso para su tristeza. "Ahora la re bajé", se ríe mientras pasan revista de comentarios del chat. Otra docena más de usuarios está atenta al escenario meloso del bar. El arte penetra y se hace lugar entre mamadas y el sexo amateur más globalizado. Las almas solas de chat porno encuentran el mayor vértigo en el último límite de la libido: el arte, la última libertad del sexo. La risa es la pornografía del 4G.
   “No te quiero cruzar porque me das asco”, es el tema que Lore dedica ahora a su ex. “Acordate del infierno, narigón pijicorto, testículo de Satanás”, escupe en catarsis. ¿Por qué todavía hay gente en línea en este momento de despecho? Porque el arte aún calienta, aún es libre, aún es la esperanza del orgasmo fuera de reglamento porno ISO 9001 que nos enseñaron próceres de la materia como Rocco, Jonny, Sasha y tantos conocidos que sólo con el nombre nos vuelven sus hazañas contorsionistas de cuerpos recortados por las tijeras de la competencia capitalista del amor atlético.
   Lorena termina su paso por el escenario. Baja las revoluciones y ahora se la puede ver como una chica insegura y con titubeos pero que logra calentar y hacer ratones acá. Acá que es la realidad y allá que también es la realidad digital. Y ella en ambos sale con aires de diva. El chat es magia. El porno es magia. El arte es magia. El chat es arte. Lo prohibido es magia.
   Agustín retoma la atención y cuenta historias de levante mal llevado. “La mojás y la secás en la misma conversación”, dice y abre el panorama para que entre los colombianos, chilenos, ecuatorianos y venezolanos que dan a la sala aire de mercado políglota de calenturas haya una risa liberadora por tantos papelones acumulados en busca de verle la cara a Dios.
—Uno vive en la vida con un condón, es decir no mira a los ojos. Acabar en la boca te hace sentir vivo— sube la sinceridad y la temperatura.
—Está por cerrar el bar— le dice un recién llegado.
—El bar sí, pero el chat no.
   Los pobres corazones solos no apagan la ansiedad, la sesión, la magia y la esperanza. Aún así, los espectadores de Real se van con la risa cómplice bien erecta. Y con eso ya se vuelven a sentir vivos.

J.M.C.



Revista El Abasto, n° 192, junio 2016



 

 

 

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