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Abracadabra, pata de cabra:
¡Basura Cero!


Reconocer que la basura es un problema, que contamina, que es una “externalidad negativa”, tiene su dificultad.
   Porque sería reconocer que algo se procesa en nuestros sistemas productivos que no es saludable, que no nos ayuda a nosotros los humanos o al planeta. Esto, lógicamente, obligaría a “revisar lo actuado”, como se dice vulgarmente.
Ante eventuales “malos pasos” dados por la industria, por el almacenaje, por la distribución, por la producción propiamente dicha de “las cosas” nuestras de cada día (y muy a menudo necesarias, como nuestros alimentos, vestimentas y la siempre creciente cantidad de prótesis que vamos incorporando, es decir incluyendo en nuestros cuerpos), lo sensato, lo que solemos hacer con nuestro sentido común sería reconocer las dificultades, los errores, las soluciones que se han revelado equivocadas o falsas, y enderezar, rectificar, cambiar incluso radicalmente de rumbo…
   ¡Eso jamás! Esto nos recita “el sistema” en que vivimos cotidianamente. Nada hay que rectificar, nada hay que rehacer, nada que enderezar. Todo lo que hacemos es lo mejor que siempre hemos podido hacer.
   A esa concepción responde primordialmente el concepto de “basura cero” que se ha hecho común a las administraciones políticas K y PRO: “Se entiende como concepto de Basura Cero, en el marco de esta norma, el principio de reducción progresiva de la disposición final de los residuos sólidos urbanos, con plazos y metas concretas, por medio de la adopción de un conjunto de medidas orientadas a la reducción en la generación de residuos, la separación selectiva, la recuperación y el reciclado” (art. 2º., ACUMAR). Hacia el final, como un aspecto más, aparece “la reducción en la generación de residuos” que tendría que ser el eje articulador.
   Quien esto escribe considera que no sólo es inalcanzable (y demagógica) la noción de basura cero, a la cual podemos, eso sí, aspirar acercarnos y que para realmente ir acercándonos hay que encarar en primerísimo lugar los sistemas productivos de nuestra sociedad, y secundariamente, los del consumo.

BAJA Y SUBE
Ante los desechos de la sociedad humana, entonces, y particularmente ante los desechos sólidos cotidianos, que es lo que tan restrictivamente llamamos “basura” y que reconocemos entre diversos circuitos diferenciados de desechos (desechos industriales y particularmente químicos, desechos urbanos, líquidos, gaseosos), la primera opción tendría que llevarnos a revisar que es lo que estamos haciendo mal, para, por ejemplo generar en el AMBA, unas diecisiete mil toneladas diarias de “basura”. Escuchó bien: 17 millones de kilos por día. Ya sabemos que desde hace unos años hay cirujas, cartoneros, recuperadores, que llevan a cabo desde su necesidad una tarea de achique del volumen de la basura y consiguientemente del problema pero la merma anda grosso modo, en el 10% (con tendencia a aumentar). Así que de cualquier modo, el volumen de producción de residuos sigue siendo abrumador.
    Para remate, desde que se han anunciado planes de “basura cero” o similares, los volúmenes llegados a los “repositorios”, a los sitios de relleno de CEAMSE, han aumentado en lugar de disminuir, es decir se han alejado del cero proclamado.

LA BASURA ÚTIL
Para encarar el ya insoportable e insoslayable problema de “la basura”, pocas palabras entonces sobre la producción de lo superfluo, la obsolescencia programada que acorta todos los plazos de uso de cualquier cosa.
   Se pretende, en cambio, resolver la problemática a partir de lo existente y en ese mismo procesamiento, hacer de la necesidad virtud y proclamar, como por ejemplo hacen tanto el gobierno K como el minigobierno PRO, que se pueden zanjar “dos pájaros de un tiro”: entre otras “soluciones”, resolver el problema de la basura convirtiéndola en energía.
    Veremos, que las dos grandes vías de solución que ofrece el mundo empresario (amén de otras secundarias o laterales) son la conversión a energía y el compostado, amén del reciclado ya emprendido, que se originó informalmente, que ha vivido “en la calle”, aunque estos circuitos siempre han existido (hace pocos años se podía ver en Buenos Aires, almacenes tradicionales que compraban diarios y al “botellero” en las calles).
   Se ha avanzado mucho en desarrollos de conversión de la basura; estamos muy lejos de la brutalidad de los incineradores de edificios de la década porteña de los '70 que nos estaban intoxicando a todos y a un ritmo progresivamente acelerado. Y también estamos lejos de los primeros incineradores de residuos que dejaban llegar al aire dioxinas y otros tóxicos de muy fuerte impacto (aunque la industria igual se alegraba entonces estimando que tales escapes eran mucho menores que las quemas a cielo abierto, algo que también era cierto…).
   Sin embargo, los mejoramientos técnicos en realidad complican la cuestión, y nos “engañan” una vez más. Tales avances, tecnológicos, hacen no sólo más aceptables y llevaderas las soluciones cuyo sentido general y profundo impugnamos. Porque nos plantean: si logramos compostar buena parte de los RSU, si logramos convertir en energía otra buena parte, ¿por qué criticar?

La conversión de basura en energía no resulta tan ventajosa como se la presenta. Se considera que tales plantas emiten más dióxido de carbono –el agente principal del efecto invernadero- que el mismísimo carbón. Para no hablar de las emisiones involuntarias de diversos componentes tóxicos. Tales consideraciones deberían moderar el optimismo ante los “adelantos técnicos”.    Más decisivo aun es que la construcción de incineradores para la generación de energía genera un nuevo movimiento en la sociedad, que incentiva la “producción” de residuos y no su reducción. Es lo que una red de uruguayos que rechazan proyectos de incineración de residuos urbanos en el país califican como “dinámicas perversas”.
   El ejemplo más claro de esta dinámica, y su éxito proviene de un país de la vanguardia tecnológica y hasta presuntamente ambiental en el mundo entero: Suecia. La necesidad hecha virtud. ¡Suecia necesita basura!
   Suecia importa desechos. Lo hace imperiosamente. Ha instalado plantas de producción de energía basada en desechos y para evitar capacidad instalada ociosa, se busca más basura, se la importa, para mantener a pleno la producción de energía a través de los restos sólidos urbanos de cada día… Aquí vemos una especie de “mordida de cola” del proceso: nos interesa que haya más basura, no menos, para poder así satisfacer los nuevos, creativos ciclos productivos diseñados…

UNA DUDA
La diseminación de contenedores por al menos buena parte de la ciudad, significa un retroceso brutal en el arduo proceso de aprendizaje para separar residuos. Que no es asunto fácil. Al menos, para hacerlo bien. Un solo ejemplo: hay muchísimos papeles plastificados. No pueden ir con el papel, pese a su apariencia, porque no se lo puede recuperar como pasta de papel. ¿Quién atiende la multitud de “detalles” como éste? No por cierto las autoridades, ni del gobierno nacional ni del municipal….
   Pero cuando tendríamos que estar haciendo un aprendizaje exigente nos invaden con los contenedorcitos como significando: tiren todo allí. Mayor dificultad para los recuperadores. He visto en ellos bolsas con restos de comida, pudriéndose, bolsas con botellas, de plástico o de vidrio, todo mezclado, escombros, artefactos o muebles rotos, ramas de jardín… vienen los recolectores, elevan el artefacto y todo se descarga mezclado.
   Tanta torpeza es casi impensable. Tanto retroceso, aunque sabemos que estábamos en una etapa muy, muy preparatoria, no tiene explicación.
   Salvo que sea preparando la basura para su incineración para su “aprovechamiento energético”. Es decir, salvo que tanta incuria, tanto desprecio, sea una política, de la que ni nos enteramos…
   Examinaremos en próxima nota las variantes auspiciadas por “Basura 0”.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]


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Revista El Abasto, n° 153, marzo 2013.


 

 

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