Los países más
contaminadores proponen pagar por contaminar
“de más”...
¿Y el clima? Bien gracias…
¿o querés que te cuente?
El año 2009 terminó
con malas noticias. No sería nada,
si uno piensa que es año viejo y
que lo bueno viene con el nuevo. Lamentablemente,
tratándose del tema al que nos referimos,
la situación es más bien la
contraria: estamos peor que ayer, pero mejor
que mañana.
Los trastornos climáticos
son la expresión del robo empresario,
cada vez menos ocultable. No del pequeño
empresario barrial o por cuenta propia que
hace, como esta misma revista, el esfuerzo
cotidiano por sobrevivir y satisfacer siempre
de modo insuficiente, las crecientes necesidades
que nos impone la vida cotidiana; no. Cuando
hablamos del universo empresario, nos referimos
a la estructura “madre” de la
sociedad en que vivimos y que es el lucro.
Como muy bien lo
ha estudiado algún historiador como
Karl Polanyi, esto del lucro como motor
de una sociedad humana no es algo generalizado
ni común en nuestra historia: es
apenas en los últimos siglos y en
Europa Occidental que semejante impulso
tomó tanto vuelo.
Otras sociedades
tal vez no eran mejores, porque se gobernaban
por la superstición, la tiranía
del más fuerte, las voces de ultratumba
debidamente mediadas por sacerdotes, por
la amistad o el buen vivir, como las comunidades
epicúreas o por la democracia pública
basada en la esclavitud y el machismo, como
la ateniense, pero no eran sociedades guiadas
por el lucro, el afán de ganar dinero
a cualquier precio.
Esto es propio de nuestras
sociedades, y tiene “apenas”
medio milenio. El resultado es la mercantilización
creciente, que lo ha ido invadiendo todo.
Actividades todavía ajenas al “vil
metal”, como el deporte amateur, que
hace cien años o menos todavía
tenía expresiones formidables en
el atletismo, el fútbol o el ciclismo,
han casi desaparecido.
El contacto con, la relación
y el cuidado de los humanos más pequeñines
o los más ancianos, hasta hace apenas
décadas llevada a cabo por amor (o
por obligación o por esclavitud travestida
de servicio doméstico; esto variaba
grandemente con las clases sociales) se
hace cada vez más mediante la profesionalización
de esa actividad, encarnada en guarderías
y geriátricos.
Todo se monetariza.
Cuando los climatólogos
empezaron a mostrar cada vez más
frecuentemente que el planeta está
calentándose y que la causa sería
muy probablemente la actividad humana porque
se verifica un aumento sostenido de dióxido
de carbono, el principal gas de la combustión
de carbón, metano o petróleo,
la primera reacción fue ver cómo
frenar dicho proceso, cómo reducir
las casi 400 ppm de CO2 en el aire y volver
a las 330-350 ppm que se estima caracterizaba
al planeta antes del auge industrial de
los siglos XVIII y XIX.
Las instancias internacionales
donde se debatió este asunto, las
Conferencias de Cambio Climático
(CCC), llegaron así a Kyoto, 1997,
donde fundamentalmente los estados autodenominados
desarrollados o industriales, que mejor
habría que calificar como subdesarrollantes
o enriquecidos a la vista de la relación
que mantienen con la periferia planetaria,
acordaron una reducción de las emisiones
de un 5 % a alcanzar entre 2008 y 2012 sobre
la base de las emisiones de 1990. Ya
entonces, muchos climatólogos entendieron
como totalmente insuficiente una merma del
5% de los gases de efecto invernadero a
la luz de las manifestaciones climáticas
ya registrables: derretimiento progresivo
de glaciares, aparición de mayor
superficie anual de suelo verde en Groenlandia,
aumento de frecuencia de huracanes tropicales
(los que tienen lugar cuando la superficie
marítima sobrepasa los 25o dando
lugar a la formación de trombas),
tropicalización de lluvias en zonas
templadas, de lo cual Buenos Aires puede
dar penoso testimonio, y tantas otras ominosas
expresiones. Ya entonces, en 1997, algunos
investigadores afirmaron que para frenar
el proceso no era 5% la reducción
necesaria sino 60%...
Pero nuestra historia
tomó otro rumbo. Apareció
la solucion “salvadora”. No
del clima, sino del sistema de lucro en
que vivimos o malvivimos. En 2001, la delegación
estadounidense, que NO había firmado
ni siquiera la reducción propuesta
en Kyoto, propuso en una nueva CCC inaugurar
una bolsa de comercio de aire viciado. De
aire caliente, de aire quemado. Mercantilizar
la contaminación. ¿Se acuerdan
lo que dijimos de que esta sociedad nuestra
todo lo monetariza?
En 2001 se le pone
precio a la contaminación aérea.
Se sabía entonces que uno de los
más grandes estados del planeta,
la ex-URSS, había sufrido un desbarajuste
económico (y social y psíquico
y político…) que se tradujo
en una extendidísima desindustrialización.
Los países enriquecidos ofrecieron
la posibilidad de comprarle cuotas de contaminación
a aquellos países que contaminaran
menos de lo previsto. Una salida elegante:
no aumentar las emisiones contaminantes
de modo generalizado aunque varios países
(de los más contaminantes) sí
podrían aumentar su cuotaparte de
contaminación pagando por ello, los
presuntos cupos “libres” a países
que no contaminaran lo “admitido”.
Observen la perversión:
contaminación admisible.
Con esos antecedentes,
se llega a Copenhague ahora en diciembre.
Y la monetarización hace metástasis:
ninguna delegación nacional “se
hace cargo” del fenómeno que
las convocara; el planeta alterado. Cada
delegación “hace la suya”,
el colmo es otra vez la de EE.UU.: capitaneada
ahora por Obama: procede manu militari a
ofrecer un texto para el “tómalo
o déjalo”, contraviniendo toda
una tradición de deliberaciones,
tomas y dacas, concesiones mutuas, repliegues
y trabajosos acuerdos.
Los países BRIC
(Brasil, Rusia, India, China) no quieren
ver interrumpida su propia, galopante industrialización
con la secuela de contaminación planetaria,
que en los casos de India y China puede
llegar a ser escalofriante (aunque hay que
conceder que al menos hasta ahora, tales
sociedades están ajenas a la cultura
del derroche criminal que sí caracteriza
a EE.UU.).
El estallido de
la reunión de Copenhague expresa
nítidamente la filosofía del
reinado de la propiedad privada, el quemeimportismo,
el culto a lo propio, la fragilidad de los
vínculos que al menos teóricamente
nos debía hacer a todos navegantes
de este único barquichuelo celeste,
el planeta Tierra.
¿Calentamiento
o enfriamiento? Juzgue usted
Al lado de los estudios que
confirman el calentamiento planetario cada
vez más acuciante, existen estudios
y análisis de quienes niegan “el
calentamiento global” que asigna responsabilidad
al industrialismo y a la hybris propia del
capital.
Los hay de dos tipos: quienes niegan lisa
y llanamente que el planeta se vaya calentando,
que los calores sean cada vez más intensos,
que el sol sea cada vez más inclemente
y llegan incluso a ofrecer datos múltiples
que pintan un enfriamiento planetario.
Y quienes sí
aceptan que hay síntomas de calentamiento
pero que no es en absoluto antropogénico,
causado por nos. Éstos advierten rasgos
de calentamiento planetario pero lo atribuyen
a causas ajenas a nuestro estilo de vida;
que tienen que ver con fenómenos cósmicos
en todo caso, como las manchas solares, por
ejemplo.
Esta segunda forma
de ver el fenómeno suele establecer
una falsa oposición con quienes detectan
elementos antropogénicos en el calentamiento,
porque bien puede haber causas de calentamiento
de dos órdenes distintos; cósmicas
y humanas. ¿Por qué no?
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
Revista El Abasto, n° 117, verano,
2010.